Conocimos y sentimos el calor en
los años de la Riviera Maya y fiebre caribeña, y entramos en la estrategia comercial del todo
incluido, por la que teníamos siempre calor, casi siempre húmedo, y para
intentar librarnos del sudor nos sumergíamos y nos sentábamos en la piscina,
nos dejábamos caer en la tumbona bajo la sombrilla de paja en la playa, o por
la noche y ante las estrellas, desde una tumbona, nos transportaba la música…. pero siempre con un vaso en la
mano, lleno o semivacío, porque los diligentes camareros intuían que lo
necesitábamos, aunque no lo hubiésemos terminado. Ya de madrugada, hacíamos
recuento de lo que habíamos bebido, lo intentábamos, pero al final
renunciábamos. Lo que nos preguntábamos los primeros días, aunque pronto nos
despreocupamos, era como bebiendo tanto y siempre con alcohol, no nos
encontrábamos mareados ni con síntomas de un estado de embriaguez. Para no
complicarnos, concluíamos que nos daban siempre licor de botellas siempre
abiertas y que si pedíamos mezclas, lo
que nos depositaban en el vaso rebosante de hielo desde una manguera, no
sabíamos lo que era, pero sí que rebajaba el resultado de alcohol de la mezcla.
Esta hipótesis la confirmamos porque cuando tomábamos una consumición en un
local donde no teníamos todo incluido, nos servían de otras botellas diferentes a las
que empleaban para todo incluido, y la calidad era muy distinta.
Ya sénior, volvimos, en esta Semana Santa, al Puerto de la Cruz de Tenerife, que ya no es
lo que era, después del nacimiento del Sur, de las Américas; aquel de los lujos
del Café de París, de las noches locas y sudorosas que amanecían con el padre
Teide nevado y esculpido en el mar por el sol naciente. Nos encontramos con el
todo incluido. Como habíamos llegado a
la hora de la cena, la euforia del primer día nos empujó a la estrategia
comercial. La camarera animaba a los pocos que consumíamos la noche del viernes y nos acercábamos a la
barra. Un señor de mediana edad, mediana estatura y algo más de cintura, estaba
sentado en una banqueta ante la barra, no se movía y con la mirada fija
sujetaba la jarra de cerveza; nosotros visitábamos la barra y lo comentamos. En
una de las visitas, el señor al bajar de la banqueta tropieza y casi se cae, uno de nosotros le ayuda y entre
varios lo sujetamos. Le preguntamos cómo se encuentra y no nos contesta, sale
la chica de la barra y con media sonrisa complaciente nos indica que le sentemos
en una butaca. Siguen las preguntas y lo más que conseguimos es que nos fije con
su mirada. Viene el recepcionista del hotel y en varios idiomas le pregunta
cómo se encuentra y en que habitación se hospeda, no se obtiene respuesta. El
recepcionista opta por dejarle descansar
un rato. Pasados unos minutos, el señor se levanta y se dirige a nuestro grupo,
con la mirada fija e incluso pasa la mano por la cara del que le había sujetado
en la caída y le había acompañado a la butaca; el recepcionista, raudo para que
no molestara a los clientes, le sujeta y le ayuda a sentarse en la butaca. Le
decimos al recepcionista que había que llamar al 112 o a la policía, y nos
contesta que si cada vez que pasa un incidente como este llama a la policía o
al 112, estaría el hotel lleno de policías y con ambulancia permanente delante
del hotel.
Pasado un tiempo, vemos que el señor estaba medio dormitando y nos
retiramos a las habitaciones. Al levantarnos para desayunar preguntamos por el
señor y nos contestan que lo subieron a su habitación, y que por media mañana, al entrar el servicio
de habitaciones, lo encontraron muerto, vestido y encima de la cama.
Nos
sentimos con cierto grado de responsabilidad, y a ratos de o parece que soportamos en los días
siguientes; pero el recepcionista no apareció en su puesto de trabajo en los
siguientes seis días, probablemente le tocaba servicio en otro de los hoteles
de la cadena. En la prensa local no apareció ninguna noticia del alemán o ruso
que había fallecido. La culpable fue la pulsera del todo incluido. Todos dimos
por supuesto que por el todo incluido, estaba borracho, aunque la camarera
sabía que se había tomado tres cervezas. Nadie pensó que podía tener un ictus o
un derrame cerebral. El hotel tiene que preocuparse de sus clientes, no solo de
controlar el todo incluido sino en dar respuesta a los problemas de salud que
puedan devenirle a sus clientes; la
salud es lo primero y no es de recibo la irresponsabilidad de mirar para el
otro lado y de no ponerse en contacto con los servicios de salud. Yo me siento
culpable, el hotel se limita a constatar que un cliente apareció muerto en la
cama cuando los servicios de limpieza lo
encontraron en la habitación a media
mañana. ¡ Cuidado en los viajes, y si los haces sólo, más¡