martes, 13 de mayo de 2014

Todo incluido, ... incluso la muerte.



Conocimos  y sentimos el calor en los años de la Riviera Maya y fiebre caribeña,  y entramos en la estrategia comercial del todo incluido, por la que teníamos siempre calor, casi siempre húmedo, y para intentar librarnos del sudor nos sumergíamos y nos sentábamos en la piscina, nos dejábamos caer en la tumbona bajo la sombrilla de paja en la playa, o por la noche y ante las estrellas, desde una tumbona, nos transportaba  la música…. pero siempre con un vaso en la mano, lleno o semivacío, porque los diligentes camareros intuían que lo necesitábamos, aunque no lo hubiésemos terminado. Ya de madrugada, hacíamos recuento de lo que habíamos bebido, lo intentábamos, pero al final renunciábamos. Lo que nos preguntábamos los primeros días, aunque pronto nos despreocupamos, era como bebiendo tanto y siempre con alcohol, no nos encontrábamos mareados ni con síntomas de un estado de embriaguez. Para no complicarnos, concluíamos que nos daban siempre licor de botellas siempre abiertas y que  si pedíamos mezclas, lo que nos depositaban en el vaso rebosante de hielo desde una manguera, no sabíamos lo que era, pero sí que rebajaba el resultado de alcohol de la mezcla. Esta hipótesis la confirmamos porque cuando tomábamos una consumición en un local donde no teníamos todo incluido,  nos servían de otras botellas diferentes a las que empleaban para todo incluido, y la calidad era muy distinta.

Ya sénior, volvimos, en esta Semana Santa,  al Puerto de la Cruz de Tenerife, que ya no es lo que era, después del nacimiento del Sur, de las Américas; aquel de los lujos del Café de París, de las noches locas y sudorosas que amanecían con el padre Teide nevado y esculpido en el mar por el sol naciente. Nos encontramos con el todo incluido. Como habíamos llegado  a la hora de la cena, la euforia del primer día nos empujó a la estrategia comercial. La camarera animaba a los pocos que consumíamos  la noche del viernes y nos acercábamos a la barra. Un señor de mediana edad, mediana estatura y algo más de cintura, estaba sentado en una banqueta ante la barra, no se movía y con la mirada fija sujetaba la jarra de cerveza; nosotros visitábamos la barra y lo comentamos. En una de las visitas, el señor al bajar de la banqueta tropieza y  casi se cae, uno de nosotros le ayuda y entre varios lo sujetamos. Le preguntamos cómo se encuentra y no nos contesta, sale la chica de la barra y con media sonrisa complaciente nos indica que le sentemos en una butaca. Siguen las preguntas y lo más que conseguimos es que nos fije con su mirada. Viene el recepcionista del hotel y en varios idiomas le pregunta cómo se encuentra y en que habitación se hospeda, no se obtiene respuesta. El recepcionista  opta por dejarle descansar un rato. Pasados unos minutos, el señor se levanta y se dirige a nuestro grupo, con la mirada fija e incluso pasa la mano por la cara del que le había sujetado en la caída y le había acompañado a la butaca; el recepcionista, raudo para que no molestara a los clientes, le sujeta y le ayuda a sentarse en la butaca. Le decimos al recepcionista que había que llamar al 112 o a la policía, y nos contesta que si cada vez que pasa un incidente como este llama a la policía o al 112, estaría el hotel lleno de policías y con ambulancia permanente delante del hotel.

Pasado un tiempo, vemos que el señor estaba medio dormitando y nos retiramos a las habitaciones. Al levantarnos para desayunar preguntamos por el señor y nos contestan que lo subieron a su habitación,  y que por media mañana, al entrar el servicio de habitaciones, lo encontraron muerto, vestido y encima de la cama.

               Nos sentimos con cierto grado de responsabilidad, y a ratos de  o parece que soportamos en los días siguientes; pero el recepcionista no apareció en su puesto de trabajo en los siguientes seis días, probablemente le tocaba servicio en otro de los hoteles de la cadena. En la prensa local no apareció ninguna noticia del alemán o ruso que había fallecido. La culpable fue la pulsera del todo incluido. Todos dimos por supuesto que por el todo incluido, estaba borracho, aunque la camarera sabía que se había tomado tres cervezas. Nadie pensó que podía tener un ictus o un derrame cerebral. El hotel tiene que preocuparse de sus clientes, no solo de controlar el todo incluido sino en dar respuesta a los problemas de salud que puedan devenirle  a sus clientes; la salud es lo primero y no es de recibo la irresponsabilidad de mirar para el otro lado y de no ponerse en contacto con los servicios de salud. Yo me siento culpable, el hotel se limita a constatar que un cliente apareció muerto en la cama cuando los servicios de limpieza  lo encontraron  en la habitación a media mañana. ¡ Cuidado en los viajes, y si los haces sólo, más¡