En Las Nieves, en el Frenazo, encontramos las primeras
lampreas en cautividad; cuatro que cimbrean en el saco de red y una que en libertad que se fija en
el cristal con su boca, mostrándonos sus dientes.
En la nutrida barra nos espera la empanada de lamprea, tan jugosa como Cunqueiro la saboreaba,
buenísima, pero distinta a la que hacía nuestra madre con xoubas. El sabor de una
empanada que, dicen, hace sonreir de disfrute a algunos que nos contemplan
desde el Pórtico de la Gloria en la Catedral de Santiago; por eso es algo
celestial. El buen tinto de la zona, regaba los mezclados sabores. El olor de
las cazuelas de angulas que desfilaban hacia el comedor nos elevaba la sublimidad.
Nos dirigimos hacia Arbo y
ascendemos hasta Casa Pazos,
una Casa Rural, con el comedor lleno y con una terraza al pie de la bodega. El
sol nos invita a sentarnos en torno a la mesa de piedra, contemplando como el
valle se va meciendo en el Miño y que se eleva hasta la Serra de Peneda, ya en
Portugal. Llega una jarra de cristal con vino blanco y otra de barro con tinto,
con sus correspondientes tazas. Aparece una cazuela de barro con lamprea a la brasa, con cebolla salvaje
y crujiente, manjar de dioses. La lamprea, hasta guapa, doradita por el mimo de
los sarmientos de las vides; el olor compuesto, y el sabor intenso, sin
gravedad. Limpia la cazuela y la jarra blanca, viene una bandeja de lamprea ahumada y rellena acompañada de ensaladilla pintada de amarillo por los
huevos de gallina de corral y de campo, sin piensos, auténticos. Exquisita
combinación de sabores.
Partimos hacia Cabeiras; llegamos al Mesón de la Lamprea, nos saluda Carmen, mientras bajamos las
escaleras hasta la bodega. Probamos el blanco pero nos decidimos por el
albariño, que combinamos con jamón para no perjudicarnos. A buena hora, porque
no hay mala, subimos al comedor, que aunque está lleno, ya se va vaciando. Recibimos
a dos cazuelas humeantes, con sendas lampreas
a la bordalesa, cocinadas en su propia sangre y bañadas con un vino tinto
mencía, tañinoso y pintor. Nos entregamos a la voluptuosidad de los emperadores
romanos, con sabores fuertes y de dominio, con pausa para el arroz y algún
capitoste, para seguir disfrutando de un manjar único, irrepetible, imperial
A la presentación de una bandeja
de postres caseros, sucede una colección de pequeñas vasijas de licores de
todos los colores y muchos con ramas de plantas aromáticas; todo produce
efectos ya definitivos, ya no es posible más, está todo.
La jornada ha sido intensa, la
hemos desarrollado con mucha profesionalidad, pero 3H que es un profesional de
la fotografía, baja al Miño para documentar la captura de las lampreas, porque
las toberas romanas están anegadas y los pescadores mantienen sus tradicionales
artes.
El imperio de la lamprea se
extiende del mar al río, de la mesa al limbo de los sabores.
¡VOLVEREMOS¡
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